sábado, 24 de noviembre de 2012

Infanticidio

Una de las curiosidades de algunos animales, entre los que nos incluimos, es que sabemos (al menos, creemos saber), cuáles son nuestros hijos y cuáles no. Parece mentira, pero este hecho, que puede parecer insignificante, tiene unas implicaciones impresionantes: el infanticidio. Y de ello os quiero hablar en nuestra historia de hoy.

San Agustín decía que nosotros éramos las únicas criaturas en tener relaciones sexuales por placer más que con el fin de procrear. No obstante, existen ciertos animales que son un clarísimo contraejemplo de su afirmación: los bonobos.

Estos animales tienen relaciones sexuales para celebrar una buena comida, terminar una disputa o consolidar una amistad. Aún habría quien afirmaría que realmente sería puramente por procreación, pero no es así, ya que muchas de estas relaciones son homosexuales o se mantienen con animales jóvenes. Se pasan el día teniendo relaciones sexuales. Haz el amor y no la guerra sería la mejor frase que se les podría aplicar. Su actividad sexual y las hinchazones genitales están en gran medida desconectadas de la fecundación.

Una de las consecuencias de este comportamiento es que con este tipo de relación apenas tienen violencia entre ellos. En palabras de Richard Wrangham y Dale Peterson (fuente).

Tanto el chimpancé común como el bonobo evolucionaron del mismo ancestro que dio lugar a los humanos, y sin embargo el bonobo es de las especies más pacíficas y no agresivas de mamíferos que hoy día viven en la tierra. Han desarrollado vías para reducir la violencia que permean toda su sociedad. Nos muestran que la danza evolutiva de la violencia no es inexorable.

Pero hay otra consecuencia mucho más curiosa: un bonobo macho no tiene forma de discernir qué crías pueden haber sido engendradas por él. No es que los antropoides sean conscientes del vínculo entre sexo y reproducción (sólo nosotros lo somos), pero es corriente que los machos favorezcan a las crías de hembras con las que han copulado, lo que redunda en el beneficio de su progenie.

Los bonobos tienen demasiados contactos sexuales con demasiadas parejas para hacer tales distinciones. Si tuviéramos que idear un sistema social en que la paternidad fuera confusa, difícilmente podríamos hacerlo mejor que ellos. Los padres humanos tenemos bastante más certeza de la paternidad de los machos en comparación a otras especies altamente promiscuas ¿Y qué puede tener de malo que los machos sepan cuáles son sus hijos? La respuesta es el infanticidio: la muerte de crías engendradas por otros machos.

Por ejemplo, los langures machos, después de apropiarse de un harén de hembras, tienen por costumbre matar a todas las crías engendradas por su antiguo dueño. Los leones hacen lo mismo: matan a todos los cachorros del anterior dueño sin ni siquiera comérselos. De hecho, mueren hasta un 80% de los cachorros de león por esta causa.

Todo esto se lo explicó por primera vez Yukimaru Sugiama en un congreso en 1979 en Bangalore. Frans de Waal, quien estaba en aquel congreso, dice que hubo un silencio sepulcral seguido de una dudosa felicitación. La idea de que los animales puedan cometer infanticidios y no sea por accidente resulta repulsiva e incomprensible. La comunidad científica no podía creer que las mismas teorías que hablaban de supervivencia y reproducción pudieran aplicarse a la aniquilación de criaturas inocentes.

A la antropóloga Sarah Blaffer Hrdy no se le escapó que esto se aplica también a nosotros, los humanos. Por ejemplo, es sabido que los niños tienen más posibilidades de sufrir maltrato por padrastros que por padres biológicos. La Biblia describe la matanza de niños ordenada por Herodes, y ya se sabe que pasa en las guerras: los hijos de las mujeres del enemigo son maltratados y asesinados. Por supuesto, las hembras hacen lo que pueden para defender a sus crías, pero ante el macho más fuerte, poco pueden hacer.

¿Cuál es la mejor defensa? Confundir la paternidad. Cuando uno o más machos extraños toman posesión de un grupo de hembras, como es el caso de los leones y langures, los recién llegados pueden estar seguros al 100% de que no son padres de ninguna de las crías presentes. Pero si el macho ya vive en el grupo donde se encuentra con una hembra que tiene una cría, la situación es diferente. La cría podría haber sido engendrada por él, así que matarla puede reducir el éxito reproductivo.

Nunca se ha observado el infanticidio en los bonobos, ni en libertad ni en cautividad. Y, de hecho, el bonobo es una excepción entre los antropoides. El infanticidio, por otro lado, está bien documentado en gorilas, en chimpancés… y en humanos.

Aun así, hemos de aceptar que es bueno saber cuáles son realmente nuestros hijos… ¿o quizás no tanto?

Fuente:
Frans de Waal, El mono que llevamos dentro.
Matt Ridley, ¿Qué nos hace humanos?



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